La lengua es mucho más que “ese músculo rosado” que vemos en el espejo: es la directora de orquesta del primer acto de la digestión, la que decide qué entra, cómo entra y si es seguro que entre. Sin lengua, comer no sería un placer, sería casi una misión imposible. 

La lengua, guardiana del sabor.Todo empieza cuando un alimento toca la lengua y se encuentra con las papilas gustativas, esas diminutas antenas del gusto que cubren su superficie. Gracias a ellas distinguimos sabores dulce, salado, ácido, amargo y el cerebro recibe un mensaje claro: “esto está rico” o “cuidado, algo no va bien”. Ese “simple” gusto no es solo placer, también es defensa: si algo sabe muy raro o desagradable, la lengua ayuda a que lo escupamos antes de que llegue al estómago. 

Cuchara, espátula y mezcladora, la lengua trabaja como una mezcla de cuchara y espátula dentro de la boca.  Mueve cada bocado de un lado a otro para que los dientes lo trituren bien y, al mismo tiempo, lo mezcla con la saliva, formando una masa suave y resbaladiza llamada bolo alimenticio. Sin esta “mezcladora interna”, los trozos quedarían grandes, secos y difíciles de tragar, lo que haría la digestión más lenta y pesada desde el inicio. 

Arquitecta del bolo alimenticio, una vez que el alimento está bien triturado, la lengua se vuelve arquitecta: junta, compacta y da forma al bolo alimenticio, no es un detalle menor: si el bolo no tiene el tamaño y la consistencia adecuados, tragar puede convertirse en un riesgo de atragantamiento en lugar de un acto automático.

Gracias a la lengua, ese pequeño “paquete” de comida queda listo para emprender su viaje seguro hacia la faringe y, de ahí, al esófago. El momento clave: tragar cuando todo está preparado, la lengua empuja el bolo hacia atrás, contra el paladar, y lo dirige hasta la entrada de la faringe: en ese instante comienza de verdad la deglución. 

Ese gesto, que ocurre en segundos y casi sin que lo notemos, marca el paso oficial de la comida desde la boca al resto del aparato digestivo. Si la lengua se mueve mal o no puede hacer fuerza, tragar se vuelve difícil, inseguro y la digestión empieza con desventaja. Texturas, temperaturas y señales de alerta, la lengua no solo siente sabores, también detecta temperaturas y texturas: sabe si algo está muy caliente, demasiado duro, pegajoso o extraño.

Esa información hace que adaptemos la forma de masticar o incluso que decidamos no seguir comiendo si percibimos un peligro, como una espina o un hueso, así, la lengua es una especie de filtro inteligente que vigila lo que permitimos entrar más allá de la boca. Mucho más que un músculo aunque el objetivo del ensayo es la digestión, es imposible no mencionar que la lengua también participa en el habla y en la limpieza natural de la boca, arrastrando restos de comida que, si se acumulan, pueden alterar la salud y el equilibrio de todo el sistema digestivo. Un órgano tan pequeño coordina gusto, movimiento, seguridad y preparación del alimento, dando al estómago y al intestino un trabajo “presentado en limpio”. 

La digestión no comienza en el estómago, sino sobre la superficie rosada de la lengua, donde cada bocado es evaluado, triturado, mezclado y enviado al siguiente nivel del viaje. La próxima vez que disfrutes tu comida favorita, recuerda: sin la coreografía silenciosa de la lengua, ese placer simplemente no existiría.

FOTO: (123RF.COM)


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