La amenaza silenciosa de los arbovirus, Dengue, Chikungunya y Oropouche, se cierne sobre Cuba, desde San Antonio hasta Maisí. Moa, aunque aún no se ha declarado en fase epidémica, no es una excepción. La circulación de estos virus es una realidad, y los casos reportados muestran una tendencia alarmantemente creciente.

La ecuación es simple y bien conocida: sin mosquito, no hay enfermedad. Estas arbovirosis dependen de un vector, el mosquito, para propagarse. Por ello, la única estrategia efectiva es atacar al transmisor. La pregunta crucial es: ¿ quién asume esta responsabilidad ?

Es un error peligroso considerar esta una batalla exclusiva de las autoridades sanitarias, los trabajadores comunales o los dirigentes gubernamentales. Evitar que Moa cruce el umbral de la epidemia es una preocupación que debe movilizar a todos y cada uno de sus habitantes. El riesgo de una picadura y el posterior contagio es democrático: no distingue entre cargos ni profesiones.

La fuerza laboral de Comunales es, por sí sola, insuficiente para sanear toda la ciudad. Esta limitación se agrava con un problema cultural: la lamentable práctica de botar basura de forma indiscriminada, creando microvertederos que anulan el esfuerzo de la limpieza. 

Mientras muchos se preocupan, temen contagiarse y culpan al Gobierno, son menos los que actúan. Es una contradicción observar desde el balcón cómo la hierba crece y la basura se acumula, sin ser capaces de organizar una limpieza vecinal, quizás bajo la ilusión de que el mosquito elegirá a otro.

La solución requiere una movilización masiva y concertada. Desde la chapea y limpieza de los centros laborales por sus propios trabajadores, hasta la acción decidida de los vecinos en las áreas comunes de los edificios multifamiliares. Cada patio, cada solar yermo, cada balcón descuidado es un potencial criadero.

Aunque enfrentamos una contingencia, aún estamos a tiempo de evitar una epidemia declarada, punto en el que el control se vuelve exponencialmente más difícil. Las fumigaciones de la campaña antivectorial son un paliativo necesario, pero no la solución definitiva. La población no puede permanecer como espectadora pasiva; está obligada a ser parte activa de la respuesta.

La conclusión es clara: el Dengue, el Chikungunya y el Oropouche no discriminan. Pueden afectar a cualquiera. Por lo tanto, de nuestra acción colectiva, de nuestra voluntad para eliminar los reservorios en nuestros propios entornos, depende en gran medida que Moa contenga esta amenaza. La salud de nuestra comunidad no es solo una responsabilidad del sistema; es, ante todo, un compromiso cívico.


Visitas

097050
Hoy: 49
Ayer: 147
Esta semana: 422
Este mes: 4.836