El 24 de noviembre se cumplen 533 años de la llegada del almirante genovés a las costas de lo que hoy es Moa, un encuentro histórico documentado con asombroso detalle en su diario de navegación.
Fue la tarde del sábado 24 de noviembre de 1492 cuando dos de las naves de Cristóbal Colón penetraron en la actual bahía de Moa, franqueando el extremo este de la barrera coralina que protege sus costas. En su diario, el intrépido almirante relató con minuciosidad los tres días que pasó en este lugar, dejando constancia no solo del imponente paisaje, sino también de lo que sería la primera referencia a la riqueza mineral de la zona.
Según los apuntes de su bitácora, transcritos por Fray Bartolomé de las Casas, Colón encontró una bahía con una profundidad de entre 6 y 20 brazas y un fondo muy limpio. Navegó hasta situarse entre la llamada por él "Isla Llana" hoy Cayo Grande de Moa y la costa, anotando que este cayo, junto a la "Isla Chica" (actual Cayo Burro o Cayo Chico), formaban "una laguna de mar donde cabrían todas las naves de Su Majestad".
Al pie de unas "altas montañas" que se cree eran las Cuchillas de Moa, el almirante describió la desembocadura de un "río grande" (el Río Moa), el más caudaloso que había visto hasta entonces, con un banco de arena en su entrada (probablemente lo que se conoce hoy como Tibaracón) y una profundidad interior de ocho brazas. Aquella primera noche, la expedición pernoctó en la bahía.
Al amanecer del domingo 25 de noviembre, Colón tomó una barca para explorar un cabo al sudeste de la Isla Llana posiblemente Punta Fábrica o Punta Río Moa. Fue al llegar a la desembocadura del Río Moa donde hizo un hallazgo crucial: observó "piedras relucientes con manchas color de oro". Recordando que en el Río Tajo, en España, se habían hallado piedras con oro, ordenó a sus hombres recoger varias muestras para llevarlas a la península.
Esta anotación constituye el primer registro histórico de la existencia de minerales en la región de Moa, aunque pasarían más de cuatro siglos antes de que sus yacimientos comenzaran a explotarse en el siglo XX.
El diario también relata cómo los grumetes avistaron extensos "pinales" y maderas de excelente calidad para la construcción naval, como robles, señalando el potencial de los bosques locales. Ese mismo día, bautizó la bahía con el nombre de Puerto de Santa Catalina, en honor al santoral católico. El lunes 26 de noviembre, las naves levaron anclas y navegaron hacia el sudeste, en un recorrido lento debido a la calma del viento.
Colón bautizó varios accidentes geográficos, como el "Cabo del Pico" (posiblemente Punta de Guarico) y el "Cabo Campana" (quizás Punta Plata). En su bitácora marcó nueve puertos y describió cinco grandes ríos, elogiando la belleza de las "montañas altísimas" y los "valles hermosísimos" que, con seguridad, eran las Cuchillas de Moa y de Toa.
Un dato crucial que Colón enfatizó fue la ausencia de poblados aborígenes a lo largo de la costa. Aunque sus hombres observaron "señales de gente y huesos", no hubo un encuentro directo con habitantes. Esta observación plantea un enigma histórico: investigaciones espeleológicas realizadas en los años 80 en cuevas de Farallones y La Melba, así como hallazgos de aficionados y arqueólogos cerca de Cañete, han descubierto objetos aborígenes. Sin embargo, aún no se confirma si existieron asentamientos permanentes o si estos vestigios corresponden a tránsitos ocasionales.
La descripción precisa de la topografía, los ríos, los bosques y los accidentes costeros hecha por Colón no solo confirma que se trataba del territorio de Moa, sino que también inmortaliza el asombro de los primeros europeos ante una tierra de belleza singular y un potencial que, siglos después, se revelaría fundamental para la región.
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