No era el simple rumor de una máquina. Era un runrún profundo, un susurro metálico que brotaba de las entrañas de la tierra en La Veguita. El sonido de los pozos 50 y 51, al fin despiertos, se elevaba como un canto de victoria sobre el silencio que dejó a su paso el huracán Melissa.
Ese zumbido no era solo mecánico; era la sinfonía de muchos días de esfuerzo, la melodía que resumía el sudero y la tenacidad de manos anónimas que se negaron a rendirse. Durante largas jornadas, la espera de la población fue un río sordo de preguntas.
La sed, no solo de agua, sino de certezas, se aplacaba con las informaciones que llegaban, promesas de un futuro líquido. Y al fin, en el momento del arranque, junto a los motores que volvían a palpitar, se encontraba el Intendente Pavel Raúl Torres Breff. Su presencia no era un mero acto protocolario; era el símbolo de una misión que va más allá de la ingeniería: devolver la tranquilidad a un pueblo, gota a gota. Este es el primer paso para acortar los ciclos de espera y hacer que la corriente de la normalidad fluya de nuevo por las venas de la ciudad.
Detrás de este renacer hay que cantar una oda a la constancia. A la UEB Acueducto Moa, a los magos del Taller Eléctrico de la fábrica Comandante Pedro Sotto Alba, a Womy Equipment Rental y a otras tantas manos que se entrelazaron en un propósito común. Fueron ellos, con su apoyo incondicional, los alquimistas que transformaron el metal inerte en esperanza en movimiento.
Hubo, es cierto, momentos de desespero. El reclamo era un eco legítimo en las calles secas. Pero por encima del desconcierto, nunca se quebró un hilo más fuerte: la confianza. La fe inquebrantable en que, a pesar de los destrozos, la vida encontraría su cauce. La certeza de que más temprano que tarde, el ingenio humano podría más que la furia de la naturaleza.
Ahora, un nuevo suspiro de espera. El sistema, como un cuerpo dormido, necesita llenar sus conductoras, y el tanque debe alcanzar su nivel para que la danza del agua comience. Es probable que las primeras gotas lleguen turbias, cargadas con la memoria del encierro, pero poco a poco, como la calma después de la tormenta, irán aclarándose hasta recuperar su transparencia. Llegará primero a la zona B, un anticipo del torrente que ha de abrazar a toda la población.
Hoy, cuando los pozos de La Veguita vuelven a latir, no podemos sino recordar y reinventar el título de una novela clásica. Pero aquí no hay place para el terror. Al contrario, el título se llena de un nuevo y poderoso significado, uno que habla del calor y la entrega de cubanos dignos y valerosos que no escatiman horas ni esfuerzos.
FOTOS: Camilo Velazco Petittón

