Aquel 6 de septiembre de 1874, el Mayor General Calixto García Iñiguez no lo pensó dos veces. Estaba decidido a no caer en las manos de las tropas españolas. Su nombre era más que conocido por los enemigos. Importantes combates se habían librado bajo su mando y su impronta quedó en los montes cubanos. Prefería la muerte, antes que ser prisionero.
Había nacido el 4 de agosto de 1839, en Holguín, y la independencia de la Patria se convirtió en su credo fundamental. Por eso se sumó con premura a la Guerra de los Diez Años, el 13 de octubre de 1868, en la Finca Santa Teresa, en Jiguaní, junto a Donato Mármol. Pronto iría ascendiendo de grado hasta convertirse en Mayor General.
El “león holguinero”, como lo llamaron, apenas tenía formación militar; sin embargo, la estrategia puesta en práctica a la hora de sitiar y tomar ciudades y poblaciones, así como atacar las columnas del enemigo, quedaron como legado para el arte de la guerra en la nación.
Entre los combates que sobresalieron en su amplia hoja de servicios, los expertos reconocen el librado el 26 de septiembre de 1873 en Santa María de Ocujal, conocido como Copo del Chato, y el de Melones, el 9 de enero del siguiente año, “operaciones de especial relieve porque en ambas atrajo hacia la emboscada a columnas enemigas”.
Precisamente, aquel 6 de septiembre, Calixto estaba acompañado por solo 20 efectivos, el enemigo logró cercarlo en San Antonio de Bajá, cerca de Veguitas, en Bayamo. Era casi segura la posibilidad de ser apresado. Y él decidió quitarse la vida. Con resolución tomó el revólver y lo puso bajo su barbilla. Sin dudar, haló el gatillo y disparó.
La sangre inmediatamente cubrió su cara y rodó por el cuello hasta manchar la camisa blanca. Estaba inconsciente, pero no muerto. La bala salió por la frente, y no afectó ningún órgano vital. Eso sí, le dejaría para siempre la marca que lo distinguiría y graves lesiones bucofaciales.
¿Cómo sobrevivió el intrépido general ese suceso? Casi no contaban con él. Cuentan que fue decisiva la rápida ayuda de un oficial español, quien le dio los primeros auxilios. Luego, en Veguitas, lo atendió un médico y posteriormente, fue hospitalizado en Santiago de Cuba. No estaba para morir, aún le quedaba vida para darle más guerra a los colonialistas.
Resultó condenado a prisión y enviado a las cárceles de Pamplona y Alicante en España, donde estuvo cuatro años. Luego del Pacto del Zanjón, fue puesto en libertad y marchó a Estados Unidos, donde de nuevo se sumó a los preparativos de la guerra por la independencia de Cuba.
No era hombre que cediera a las circunstancias. Más de una expedición organizó para iniciar la llamada Guerra Chiquita. La primera fue el 29 de marzo de 1880, cuando salió en la goleta Hattie Haskel de Jersey City, próximo a Nueva York, al frente de 26 hombres. En esa oportunidad, fueron descubiertos, cerca de la costa sur de Oriente, por lo cual tuvieron que dirigirse a Jamaica.
Sin desanimarse, desde esa nación, salió el día 24 del propio mes en un bote. Pero tuvo que regresar ante la rotura del mástil. Otro, se hubiera dado por vencido; mas él no. Luego de otro intento, el 7 de mayo desembarcó por Playa Cojímar, al oeste de Santiago de Cuba. Pero no estaban creadas las condiciones para liberar una guerra. Ante las adversidades, físicas y materiales, capituló el 3 de agosto, en Mabay, cerca de Bayamo.
Deportado a España, radicó en ese país hasta que se inició la Guerra del 95. Con el sueño de incorporarse a la lucha, se trasladó a Nueva York. Desde ahí preparó una expedición, que naufragó el 26 de enero de 1896. Sin descansar, pocos días después, organizó otra, que también falló, al ser detenida por las autoridades estadounidenses.
No se dio por rendido. A la tercera fue la vencida. El 24 de marzo de 1896, al frente de 78 expedicionarios, logró desembarcar, por Maraví, a 10 kilómetros de Baracoa. Su presencia sería muy útil para el Ejército Libertador. Fue designado jefe del Departamento Oriental y, luego de la caída del Mayor General Antonio Maceo, el 7 de diciembre de 1896, fue nombrado Lugarteniente General del Ejército Libertador y mantuvo el cargo de jefe del Departamento Oriental.
Dirigió, por la parte cubana, la Campaña de Santiago de Cuba, al aislarla e impedir que las tropas españolas pudieran acudir al sitio a esa ciudad. Más tarde, renunció al cargo de jefe del Departamento Oriental, indignado por la decisión de los norteamericanos de impedir la entrada de los cubanos a Santiago de Cuba, una vez consumada la victoria.
El 17 de julio retiró, a través de una carta, su apoyo inicial al jefe de las fuerzas norteamericanas, General William Rufus Shafter, y denunció con crudeza las verdaderas intenciones de la ocupación del país por Estados Unidos.
El combate de Auras sería el último que libraría el bravo general, los días 16 y 17 de agosto de 1898. Para el 13 de septiembre de 1898, el Consejo de Gobierno lo destituiría de su cargo de lugarteniente general del Ejército Libertador “por considerar que había dejado de merecer su confianza”.
Calixto García Iñiguez dejaría de existir el 11 de diciembre de 1898, en Estados Unidos, a donde había ido presidiendo una comisión que viajó a Washington con la misión de procurar el reconocimiento de ese órgano, así como los recursos financieros necesarios para el licenciamiento de los miembros del Ejército Libertador.
El hombre de la estrella en la frente, tal como lo nombrara José Martí, sigue iluminando a los cubanos por su amor a la Patria, y el valor que lo hizo sobresalir en los momentos más difíciles de su vida.
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