Imagínate que una mañana te miras al espejo y no tienes un solo diente. Ni uno. Al principio podrías pensar que se trata de una pesadilla o una broma pesada, pero no: tu boca está completamente vacía. La sorpresa pronto se transforma en preocupación, porque tener o no tener dientes va mucho más allá de la estética.
Es una cuestión de supervivencia, comunicación y bienestar.Los dientes son herramientas silenciosas, pero esenciales. Gracias a ellos trituramos los alimentos que nos nutren. Sin dientes, la comida que antes disfrutábamos —un trozo crujiente de piña, un trozo de pan, un pedazo de carne— se convertiría en un obstáculo difícil de superar. Tendríamos que moler, licuar o hervir casi todo. Comer dejaría de ser un placer para convertirse en una tarea laboriosa.
Además, el sistema digestivo sufriría: el estómago tendría que trabajar el doble para romper lo que la boca no pudo desmenuzar.Pero la consecuencia no termina en el plato. Los dientes son coprotagonistas del habla. Sin ellos, muchas palabras perderían forma y claridad. Intenta pronunciar “cincuenta” o “televisión” sin apoyar la lengua contra los dientes: las sílabas se deforman, las frases se llenan de aire y el mensaje se vuelve confuso. De pronto, comunicarte sería un reto diario.La apariencia también cambiaría notablemente.
Los dientes sostienen los labios y las mejillas como pilares invisibles. Sin ellos, el rostro se hunde, las comisuras caen y el gesto se vuelve envejecido. No es solo una cuestión de vanidad; la autoimagen influye directamente en la confianza con la que enfrentamos al mundo. Perder los dientes sería también perder una parte de nuestra expresión, de esa sonrisa que dice sin palabras “aquí estoy”. Desde una perspectiva más profunda, los dientes cuentan nuestra historia. Hablan de lo que comemos, de cómo vivimos y de nuestros hábitos.
En ellos quedan grabadas señales de cultura, de herencia y hasta de emociones. Por eso, imaginar un mundo sin dientes es imaginar una humanidad a medio camino entre el silencio y la dificultad.Así que la próxima vez que cepilles tus dientes o visites al estomatólogo, piensa en todo lo que representan. No son solo pequeñas piezas de esmalte: son los guardianes del sabor, del lenguaje y de la sonrisa. Sin ellos, la vida sería menos sabrosa, menos clara y, seguramente, mucho menos alegre.
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